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Tentación por la serenidad


Por: Roberto Sosa

La sal dulce de la palabra poesía

Del fuego, en un principio,

los dioses de los primeros hombres

que lo vieron y amaron fueron haciendo, solos,

la mujer.

Esculpieron temblando sus senos infinitos,

la ondulación del pelo,

la copa de su sexo, más complicada, por dentro,

que el interior de un caracol marino.

Delinearon a pulso la sombra de su sombra,

la curva y la mordedura de ese juego del fuego

que sabe a rojo virgen debajo de la lengua

y levanta

la súbita belleza de una llama en los ojos.

Desde ese tiempo, su cuerpo,

se hizo pudor tocable de carne y hueso.

Digo mujer,

la sal dulce de la palabra poesía.

Tentación por la serenidad

Después de muchos años y trabajos, yo,

el más grande de los escultores

de todas las ciudades y de todas las naciones,

aquí,

en el reino de los piedras puntiagudas,

pongo el punto final a la obra maestra jamás imaginada:

la dulce forma dulce de tu forma desnuda.

Después de que pasaron infinidades de lunas

sobre Tegucigalpa,

llegó la hora suprema de mi vida en el arte.

Y ahí mismo, hecha un cubo,

quedó quieta la música.

La Estación y el Pacto*

Ni la ventana que entredibuja en viejo campanario.

Ni aquella ingenuidad de primer grado

del insecto viudo que aún sobrevuela mi infancia.

Ni la amistad del libro: me hacen falta.

Sólo tu corazón al alcance de la mano me falta,

como la compartida soledad.

Las gemelas alturas de tu cuerpo,

su blancura quemada, necesito, lo sabes.

Ese pez que vuela azulinante hacia el final de tu desnudez,

abriendo y cerrando los labios de tu fuerza oscurísima.

*Versión de Hasta el sol de hoy: antología poética (1987).

Esta luz que suscribo

Esto que escribo nace de mis viajes a las inmovilidades del pasado. De la seducción que me causa la ondulación del fuego igual que a los primeros hombres que lo vieron y lo sometieron a la mansedumbre de una lámpara. De la fuente en donde la muerte encontró el secreto de su eterna juventud. De conmoverme por los cortísimos gritos decapitados que emiten los animales endebles a medio morir. Del amor consumado. Desde la misma lástima, me viene. Del hielo que circula por las oscuridades que ciertas personas echan por la boca sobre mi nombre. Del centro del escarnio y de la indignación. Desde la circunstancia de mi gran compromiso, vive como es posible, esta luz que suscribo.



Submarina

A Lidia Ortiz Luna


¿Te acuerdas de las piedras

en los patios con flores

donde se hundía, ciega,

mi alegría en tu andar?

Mi submarino fondo lo iluminó tu risa.

En tus labios en ángelus ardía,

y nos llamaron siempre desde la Cruz del Sur.

Y de la brisa blanca,

aquella que cruzaba del campo a las colinas,

y del sol, del último que doró tu cabeza,

tristísima parte mía.

¿Te acuerdas?

*Selección esencial de los editores.



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Roberto Sosa (Yoro, 18 de abril de 1930 - Tegucigalpa, 23 de mayo de 2011). Fue un poeta, ensayista y catedrático hondureño. Publicó en poesía: Caligramas (1959), Muros (1966), Mar interior (1967), Secreto militar (1985), Hasta el sol de hoy, antología poética (1987), Máscara suelta (1994), El llanto de las cosas (1995), Antología personal (1998), The return of the river/El retorno del río (2002), Digo mujer (2003), Sosa para siempre (2005). En ensayo: Breve estudio sobre la poesía y su creación (1969), Prosa armada (1981). En entrevista: Diálogo de sombras (1993). Como antólogo: Antología de la nueva poesía hondureña (1967), Antología del cuento hondureño (1968), en coautoría con Oscar Acosta; Nombres para una espada (1992), Documentos para la Historia de Honduras (1999), Piano vacío, 5 vols. (2002), Honduras: poesía política (2002). Dirigió la revista arte y letras Presente y el suplemento cultural del Diario Tiempo El ciempiés cojo. Obtuvo, entre otros, el premio Adonáis de Poesía (1968), el premio Casa de las Américas (1971), y el Premio Nacional de Literatura Ramón Rosa (1972). En 1990, el Gobierno de Francia, presidido por François Mitterrand, le otorgó el grado de Caballero en la Orden de las Artes y las Letras.




*La imagen de portada es un mural del maestro de la plástica hondureña Nelson Salgado ubicado en la comunidad de San Juan de Flores (Cantarranas). El registro fotográfico de la obra es autoría del artista Allan McDonald.

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