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Ramón Amaya, fabulador de Honduras


Redacción.


Los clásicos tienen una cosa en común: cuentan las complejidades de una sociedad determinada en un tiempo particular. Hablan del espíritu humano.


Por esa razón volvemos a Homero para saber de la antigua Grecia, a Virgilio para comprender el “nacimiento” de Europa, a Luo Guanzhong o Shi Nai'an para saber un poco de la extensa tradición china; y a José Enrique Rodó, Andrés Bello o José Martí para entender la evolución del pensamiento latinoamericano y la formación de Latinoamérica.


Más allá de la propia fabulación de los hechos, la invención de ficciones memorables, la demostración de habilidad o talento, la gran literatura que se queda con nosotros es aquella que nos cuenta lo que fuimos, aquella que testifica —con las astucias y recursos propios del arte— y profundiza en las contradicciones sociales y el carácter de la humanidad.


Visto así, ningún narrador contó a Honduras como Ramón Amaya Amador, nuestro escritor más importante y más leído, aunque no el más universal o el más simbólico. Es probable que no. Pero Amaya escribió una obra necesaria, diversa e imprescindible a la hora de desentrañar los procesos sociales, económicos e históricos de Honduras en el siglo XX.


En Prisión verde aprendimos sobre la explotación de nuestro territorio, nuestros recursos y nuestros compatriotas; en Biografía de un machete sobre el caudillismo, el oportunismo político y la sangre de las guerras civiles; en Jacinta Peralta sobre el machismo y la vulneración de la mujer hondureña; en Los brujos de Ilamatequec sobre la crueldad del poder, la ignorancia y la superstición nacional; en Con la misma herradura sobre la resistencia a la Conquista y la reivindicación de nuestra cultura, tradición y memoria; y en Cipotes —la más hermosa y célebre de sus novelas— sobre nuestra vida en un país pequeño, desolado y triste.


Nadie fabuló como él —con las herramientas al alcance de un modesto campesino—, aquello que podríamos llamar la hondureñidad. Su obra es un retrato, un testimonio de lo que hemos sido.




*Portada: Ramón Amaya, por Oto Sabillón.

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